Hace un año, en el número de marzo del 2003 de esta Revista Encuesta, tratamos ampliamente en esta sección de dios rating el tema de los reality shows. Podemos resumir aquel acercamiento al tema en las siguientes afirmaciones:
- Los llamados reality shows son un juego; hijos de los programas de concurso, no de los documentales.
- El peso del juego y el programa no están en lo real, sino el voyeurismo; más que reality shows son voyeurity shows.
- En su carácter de shows o espectáculos de la comedia humana, los reality son hermanos de la lucha libre; el marco teórico para aproximarnos a ello está en Roland Barthes y sus Mitologías.
- Los reality nacen del “qué pasa sí...”, del aislamiento del objeto a estudiar, del cambio de variables en un sistema cerrado, etc.; y que mejor para experimentar que la banalidad, nos dice Jean Baudrillard.
- La audiencia es cómplice porque es juez o verdugo; bienvenidos a la interactividad, nos dice también Baudrillard.
- El espectáculo es adictivo como la pornografía por lo que la audiencia pide que cada vez las imágenes sean más explicitas.
Detengámonos esta vez en el primer punto tratado en el artículo citado (Reality Shows o Voyeurity Shows) y analicémoslo con más detalle. Primero definamos por qué es un juego.
El juego según Deleuze
El filósofo francés Gilles Deleuze, postmodernista cercano ideológicamente a Michel Foucault, Félix Guatari y Jaques Derrida, define notablemente en su libro Lógica del Sentido qué es un juego. No escribió nada sobre los reality shows, pero sus principios se aplican a todos los juegos. Veamos.
Primero, deben preexistir un conjunto de reglas al ejercicio del juego. Estas reglas tienen un orden categórico. Hay reglas que valen más que otras, o bien, hay reglas principales y otras derivadas.
Todo reality show tiene reglas que preexisten a su exhibición. Es condición sine qua non que la audiencia conozca estas reglas. Para ello son necesarios algunos requisitos: que las reglas sean sencillas, breves y fáciles de recordar; repetirlas constantemente, recapitularlas, recordárselas al televidente; dar tiempo a la audiencia de involucrarse con ellas.
Las reglas cambian... un poco
La lógica y la retórica pueden caer en una aparente contradicción cuando escuchamos que en alguno de estos programas dicen que “las reglas cambian”. Pero la lógica del juego se impone sobre la retórica del slogan y establece que hay una regla superior que dice quién y cómo puede cambiar las reglas así como qué reglas.
Pero las reglas no pueden tampoco cambiar demasiado porque el juego dejaría de ser el que es y sería otro. Aunque sea de modo implícito, hay ciertas reglas que no pueden ser modificadas o violadas por riesgo a que la audiencia se pierda o confunda. Es necesario mantener un equilibrio.
Un ejemplo de este fenómeno en donde las reglas convenidas con la audiencia se doblan hasta romperse es la película Del Crepúsculo al Amanecer, con guión de Quentin Tarantino y dirigida por Robert Rodríguez. La mayoría de los espectadores se molestan cuando a media película les cambian una historia de road movie a una de vampiros sin decir agua va. Es como empezar jugando ajedrez y que a la mitad del juego cambie a damas inglesas.
Parte del éxito de un género y todo juego es el que se logre hacer lo más posible dentro de las reglas establecidas. Y que eso posible, si queremos rating, sea original, no esperado, no obvio.
La sorpresa subordinada a esas reglas es, por lo tanto, uno de los factores más importantes para mantener a la audiencia frente al televisor viendo el juego. La emoción generada y la adrenalina producida por tal sorpresa es un ingrediente que además provoca la adicción.
La dama, el músico... ¡Lotería!
Deleuze nos dice también que estas reglas determinan hipótesis que dividen el azar en pérdidas o ganancias. Es decir, las reglas establecen respuestas a escenarios posibles, nos dicen “qué pasa sí...”.
El juego del reality show no es la excepción a este principio. Las tiradas son las nominaciones, expulsiones, votaciones y concursos. Cada tirada establece escenarios posibles, donde “algo va a pasar”. En el caso de los reality mexicanos, la esencia de esos escenarios es melodramática (¡Pedro Infante no está muerto!) y las pasiones giran en torno al amor y la amistad. De ahí que las ganancias y pérdidas estén marcadas por la formación de héroes, villanos, buenos, malos, amigos, traidores, enamorados, coquetas, flojos, trabajadores, estudiosos, “buenas onda”, y el consecuente juicio del público que vota por los participantes.
El “qué pasa sí...” se rige entonces por la combinatoria en la tirada de cartas de una especie de baraja de lotería mexicana: la dama, el valiente, el diablo, el catrín, la sirena, el borracho, el músico, el negrito, y por supuesto, la muerte. Con ello se construyen pequeñas historias: de amor, de odio, de celos, de fidelidad, de traición, de fraternidad, de piedad, etcétera. Las reglas, las tiradas y el azar, provocan el complot, los malentendidos, las lágrimas, los fracasos y los triunfos.
El juego se organiza en tiradas determinadas por esas hipótesis o escenarios posibles, nos dice Deleuze. Y si lo aplicamos a los reality shows, podemos ver que el juego completo es una serie de nominaciones/calificaciones y expulsiones hasta terminar con todas las piezas posibles.
Pero, ¿por qué un juego así da rating?
La respuesta está en otro fenómeno de las audiencias, uno de los reyes del rating en radio de los Estados Unidos, Howard Stern (hay que ver la película Private Parts). Irreverente, grosero, burlón, crítico, sarcástico, creativo, arriesgado. La gente lo ama o lo odia, pero no hay nadie con sentimientos intermedios. ¿Su secreto para tener tanto rating? Lo dicen las encuestas: el 50% dice amarlo y la otra mitad dice odiarlo; quienes lo aman dicen que cuando lo escuchan no le cambian de estación porque quieren oír que irreverencia va a decir a continuación; quienes lo odian dicen que cuando lo escuchan no le cambian de estación porque quieren oír que irreverencia va a decir a continuación. (Sí, lo mismo.)
El secreto de todo espectáculo es su expectativa. No es casual que las palabras espectáculo y expectativa compartan la misma raíz etimológica specto, spectare: mirar, observar.